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En 2005 escribe un corto documental, Alicia enamorada de un dios, y lo produce, con financiación personal y del pintor, escultor y artista gráfico Fernando Bellver; se graba en minidv.

Se concibe como  una pieza híbrida interdisciplinar: cine documental, literatura, pintura,  teatro, música y danza.

 

Todas las personas de las  distintas disciplinas que colaboraron, delante y detrás de las cámaras, lo hicieron de forma desinteresada: 

El pintor y videoartista K. N.

La actriz Nathalie Seseña.

La diseñadora gráfica, compositora, dj y performer Magicsof

El autor, actor y director de cine y teatro, Chiqui Carabante, quien firma como actor bajo el seudónimo de Walter Matagodos

El director, guionista y productor Chema de la Peña que acabó colaborando por casualidad.

El coreógrafo y bailarín Miguel Vázquez.

La compositora  y actriz Luisa Solaguren

El actor y guionista Richard Henderson.

La traductora y actriz, Maite Blanco

El montador Martin Eller, (habitual de Javier Corcuera, entre otros)

El músico Pablo Crespo de Lineas Albies en efectos y postproudcción de audio.

David Hermoso en los efectos de imagen.

 

 Alicia enamorada de un dios, es un documental ficcionado en torno al pintor islandés Kristenn Nicolai, grabado en su estudio de Madrid en 2006.


En clave de humor elucubra sobre el mercado del arte y las relaciones de sumisión y dominio que generan, sobre sus mitos e iconos y sobre los estereotipos sexuales de la cultura y el arte patriarcal, reivindicando la amistad, la pansexualidad, el transgénero y la creatividad.

 

Si bien fue Chiqui Carabante quien operó la cámara en la mayoría de los planos, los hay también de otras personas colaboradoras para manifestar otras miradas tangenciales sobre el personaje.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una historia salvaje y tierna en torno a la obra del pintor islandés Kristenn Nicolai que sirve de excusa para poner en el punto de mira el mercado del arte. Alicia, personaje y autora, recrea el universo del artista, nos lleva de paseo por su entorno y nos muestra sus consideraciones en torno a la pintura, el sexo y la mitología, en un tono que combina la procacidad y la ingenuidad. Casi sin pretenderlo, nos habla de la soledad a través de unos amigos-fetiches presentes en todo momento, que, a duras penas, se relacionan entre sí, y que se hacen cómplices de un extraño ritual con un nexo común que los engloba, pero que, a la vez, los mantiene cautivos en sus islas individuales. Hay algo primitivo, algo atávico en este paseo que nos pone en contacto con algún lugar en nuestro interior y que no deja indiferente. JESÚS MORILLO

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